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Encuentro Borges — Sabato en el Bar Plaza Dorrego (1975)

Posted in Variedades by MiguelinaIgle on julio 31, 2011

La lec­ción de dos grandes:
En el verano del 75, GENTE reunió, más que a dos enor­mes escri­to­res, a dos ídolos de la lite­ra­tura argen­tina. No fue fácil. Jorge Luis Bor­ges y Ernesto Sabato, ami­gos alguna vez, lle­va­ban dos déca­das no sólo sin hablarse: dos déca­das de franca enemis­tad por razo­nes polí­ti­cas. Sin embargo, ante la posi­bi­li­dad de apor­tar algo de su talento a miles de lec­to­res, olvi­da­ron ren­co­res y polé­mi­cas, y pro­ta­go­ni­za­ron, a lo largo de una mañana inol­vi­da­ble, este diá­logo y estas imá­ge­nes que hoy son un clá­sico del perio­dismo nativo. Acaso por esas sime­trías que, según Bor­ges, le gus­tan al Des­tino, el encuen­tro suce­dió ape­nas unos mese s antes de la pri­mera Feria del Libro. Recrear aque­lla charla y aque­lla recon­ci­lia­ción es más que un pla­cer inte­lec­tual: es tam­bién una lec­ción para la clase polí­tica, casi siem­pre sepa­rada por mez­quin­da­des y casi siem­pre ale­jada del bien supremo: el país y su gente.
OTOÑO DE 1973:
MEMORIA IMPRESCINDIBLE. Por aque­llos días, alguien reunió a Jorge Luis Bor­ges, Luis Fede­rico Leloir y Juan Manuel Fan­gio. Una foto­gra­fía de ese ins­tante llegó poco des­pués a una casa con jar­dín de San­tos Luga­res, y se ins­taló en el escri­to­rio de Ernesto Sabato. El hom­bre la miró lar­ga­mente, se quitó los ante­ojos oscu­ros, se apretó la frente con los dedos. Enton­ces escribió:
“…Y en fin, a su lado, ¿mirando hacia qué?, está Jorge Luis Bor­ges. Nací y al poco tiempo empecé a escri­bir sobre él. ¿Qué más puedo agre­gar? Tal vez podría decir aquí algu­nas de las cosas que puse como dedi­ca­to­ria en mi ensayo sobre el tango: ‘Las vuel­tas que da el mundo, Bor­ges: cuando yo era un mucha­cho, en años que me pare­cen per­te­ne­cer a una suerte de sueño, ver­sos suyos me ayu­da­ron a des­cu­brir melan­có­li­cas belle­zas de Bue­nos Aires: en vie­jas calles de barrio, en rejas y alji­bes, hasta en la modesta magia que a la tar­de­cita puede con­tem­plarse en un charco de las afue­ras.’ Luego, cuando lo conocí per­so­nal­mente, supi­mos con­ver­sar de esos temas por­te­ños, ya direc­ta­mente, con el pre­texto de Scho­pen­hauer o Herá­clito de Efeso. Luego, años más tarde, el ren­cor polí­tico nos alejó, y así como Aris­tó­te­les dice que las cosas se dife­ren­cian en lo que se pare­cen, quizá podría­mos decir que los hom­bres se sepa­ran por lo mismo que quie­ren. Y ahora, ale­ja­dos como esta­mos (fíjese lo que son las cosas) qui­siera con­vi­darlo con estas pági­nas que se me han ocu­rrido sobre el tango. Y mucho me gus­ta­ría que no le dis­gus­ta­sen. Créa­melo. Sí, nos sepa­ra­ron crue­les ideas sobre el des­tino de nues­tra patria común. Por eso, me quedo mirán­dolo con tris­teza. Pen­sando en el Bor­ges que que­rría res­ca­tar: el poeta que cantó a cosas modes­tas y fuga­ces pero huma­nas: un cre­púsculo, un patio de infan­cia, una calle de subur­bio. El Bor­ges que des­pués de su peri­plo por filo­so­fías y teo­lo­gías en las que no cree vuelve a este mundo menos bri­llante pero en el que cree: este mundo en el que nace­mos, ama­mos, sufri­mos y final­mente mori­mos. No esa ciu­dad X cual­quiera en que un Red Schar­lach sim­bó­lico comete crí­me­nes simé­tri­cos, sino esta Bue­nos Aires real y con­creta, sucia y tur­bu­lenta, abo­rre­ci­ble y que­rida, en que él y noso­tros vivi­mos y pade­ce­mos. Sí, ahí lo tie­nen: parece mirar hacia aden­tro, quizá se piense que está con­tem­plando labe­rin­tos en Creta o biblio­te­cas en Ale­jan­dría. Pero no: como todos, al final, está viendo su infan­cia. Su infan­cia en Bue­nos Aires.”
VERANO DE 1975: EL ENCUENTRO.
El autor de esas líneas y su des­ti­na­ta­rio estu­vie­ron sepa­ra­dos durante casi veinte años des­pués de una dura y áspera polé­mica. “Inevi­ta­ble­mente (recor­da­ría Sabato), tanto uno como otro diji­mos pala­bras quizá injus­tas.” El ale­ja­miento se man­tuvo hasta que una cir­cuns­tan­cia casual pro­dujo algo nuevo. En una oca­sión, Bor­ges fir­maba libros en una libre­ría del cen­tro. Sabato pasó por allí. Enton­ces, algu­nos de los que espe­ra­ban la firma de Bor­ges se acer­ca­ron a Sabato y le pidie­ron que tam­bién fir­mara. Así, en libros de Bor­ges, pue­den encon­trarse dedi­ca­to­rias de Sabato: un sím­bolo de lo que pasa­ría des­pués. El escri­tor se acercó a Bor­ges y lo saludó. Bor­ges lo abrazó. Acaso nin­guno de los dos había olvi­dado la polé­mica, las pala­bras áspe­ras, los casi veinte años de silen­cio. Pero el fer­vor, la devo­ción, algu­nas preo­cu­pa­cio­nes comu­nes y cier­tas inevi­ta­bles coin­ci­den­cias vol­vie­ron a acer­car­los. Al fin de cuen­tas, los dos esta­ban en el cen­tro de una Bue­nos Aires que aman y abo­rre­cen, que con­ta­ron como pocos, que guarda para siem­pre su glo­ria (sus libros) y que algún día guar­dará sus huesos.
Habla­ron mucho. Los pri­me­ros tes­ti­gos de ese diá­logo (Anne­liese von der Lip­pen, amiga de Bor­ges y tra­duc­tora de la obra de Sabato al ale­mán, y Orlando Barone, un escri­tor joven, autor de Debajo del ombligo) pen­sa­ron que esa con­ver­sa­ción debía pro­lon­garse. Sin­tie­ron que las pala­bras de esos dos hom­bres mere­cían otro des­tino que el olvido. Muy pronto hubo un gra­ba­dor entre ellos. Muy pronto habrá un libro con sus con­ver­sa­cio­nes, que tie­nen –ya se verá-, algo de tes­ta­mento, de balance, de eternidad.
La ten­ta­ción fue dema­siado grande. Y una mañana, a comien­zos de febrero, muy tem­prano (yo había leído que el hom­bre de San­tos Luga­res madruga y con­tem­pla las plan­tas), mar­qué los siete núme­ros que encie­rran fan­tás­ti­cas cába­las. Tuve miedo al decir “Bue­nos días”. Tengo miedo ahora, cuando ya todo ha suce­dido. Por­que le pedí a Sabato que se encon­trara con Bor­ges. Que salie­ran jun­tos. Que reco­rrie­ran umbra­les dor­mi­dos del sur, rejas oxi­da­das, alma­ce­nes tibios, pla­zas ape­nas reales. Y Sabato me dijo que sí.
Las cosas suce­die­ron un mar­tes. Poco importa, pero Sabato tenía zapa­tos anchos, pan­ta­lo­nes gri­ses, saco azul, camisa colo­rada, y Bor­ges inte­rrum­pía el azul pro­fundo de su traje con una cor­bata verde y amarilla.

 

Una respuesta

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  1. rinconesfavoritos said, on diciembre 7, 2011 at 5:21 pm

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    besosss

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